martes, 23 de noviembre de 2010

El cordón umbilical

Una de las cosas que más miedo me daba como madre primeriza era curar el cordón umbilical a mi bebé. Antes de que naciera me informé todo lo que pude sobre cómo hacerlo, presté atención en las clases de preparación al parto, me vi todos los vídeos que encontré en el youtube y, ya en el Hospital, me interesaba cada vez que las enfermeras le hacían las curas a mi peque. Pues a pesar de todo, el día que en casa tuve que curarle por primera vez habría echado a correr bien lejos.

Por suerte en un par de días cogí bastante destreza secando y enroscando la gasa en la tripita. Lo peor fue la espera. Me desesperaba por momentos conforme pasaban los días y veía que él cordón no se le caía. Cuando en el Hospital me explicaron cómo debía realizar las curas me dijeron que se le caería en unos ocho o diez días. Pues mi pequeñajo tardó dieciocho en desprenderse de aquel colgajo.

Y claro, como no somos enfermeras, ni hemos curado cordones umbilicales antes, no tenemos ni idea de si lo estamos haciendo bien. A la semana, más o menos, la tripita se puso de un color amarillo verdoso, como enmohecido. Y otra vez a buscar en internet si aquello era normal. Incluso hice venir a casa a mi madre para que le echara un vistazo.

Por fin, la revisión de los quince días. La enfermera le revisó el cordón y me tranquilizó del todo cuando me dijo que lo tenía muy bien y que no pasaba nada porque no se le hubiera caído aún. Según parece dependiendo de lo gorda que sea la tripa tarda más o menos tiempo en soltarse. Mi bebé la tenía muy gruesa y por eso tardó tantos días.

Cuando ya parece que todo está a punto de acabar, y vas viendo como el cordón cada vez está sujeto por menos hilitos, te vuelven a temblar las manos. Leí en internet que no se debe forzar la caída del cordón tirando, aunque lo veamos prácticamente suelto, que hay que dejar que se desprenda por sí sólo. Así que otra vez a curarlo con un miedo atroz para no tirar sin querer en uno de los movimientos indiscriminados del bebé.

Y ya por fin una madrugada, mientras le cambiaba el pañal, se le cayó. Menuda alegría. Sé que es absurdo pero te sientes como si hubieras acabado un trabajo bien hecho. A punto estuve de despertar a mi marido para contarle la gran noticia. Desde ese momento el modo de ver a mi hijo cambió, es como si pasara de ser un recién nacido a ser un bebé. Supe que algún día recordaría aquellos primeros días con nostalgia y empecé a ser consciente de lo rápido que crecen.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Lactancia II: las tomas

El primer mes y medio es el peor de la lactancia a demanda. Como el niño es muy pequeño hace las tomas muy seguidas. En mi caso no aguantaba más de dos horas y media y cuando se lo comenté al pediatra en la primera revisión me dijo que me considerara afortunada ya que otros muchos no aguantan ni dos horas. Encima, como no tiene apenas fuerzas, se cansa muy rápido, por lo que las tomas se hacen eternas, entre mamar y expulsar los gases.

Durante los primeros días, antes de que venga la leche, el niño se alimenta de una sustancia llamada calostro. Es una sustancia transparente y un poco densa. En esta etapa basta con dar al niño un pecho en cada toma y dejar que mame de él lo que quiera. Yo iba alternándolos, es decir, si en una toma el niño mamaba del pecho izquierdo, en la siguiente le ofrecía el derecho.

A la semana, más o menos, me vino la leche. La subida de la leche es inconfundible. El pecho se me puso muy duro y pesado, aumentando por lo menos dos tallas. Es una sensación muy incómoda, como si tuvieras piedras dentro. La noche antes de la subida de la leche notaba una quemazón muy intensa, incluso me tuve que poner paños de agua templada para calmar el dolor. A lo largo de toda la noche fui notando como el pecho se hinchaba cada vez más, hasta que por la mañana era incapaz de girarme en la cama sin sentir un fuerte dolor. Cuando me levanté, como mi niño todavía no tenía mucha destreza mamando y le costaba agarrar el pezón, tuve que utilizar un sacaleches para aliviar el dolor.
Una vez que me vino la leche, empecé a darle de los dos pechos en cada toma. Lo normal es tener al niño entre 10 y 15 minutos en cada uno y entre medias sacarle los gases. Cada niño es un mundo, al mío lo tenía 10 minutos, aunque con el segundo pecho lo dejaba hasta que él mismo escupía el pezón. Al no tener mucha fuerza se cansaba enseguida, se adormilaba y dejaba de mamar, sin embargo si intentaba quitarle el pecho se ponía a succionar como un loco. Yo le solía dar golpecitos debajo de la barbilla para que siguiera mamando y le cambiaba el pañal entre pecho y pecho para espabilarle un poco.

Con el tiempo el niño está más despierto y come mejor. Ya no se adormila ni hay que darle golpecitos. Incluso ha pasado de estar diez minutos en cada pecho a soltarlos en unos cinco o seis. Al ser más grande chupa más fuerte y se sacia mucho antes. Es una suerte ya que en media hora, como mucho, ha terminado de comer y eructar, lo que se agradece bastante sobre todo por las noches. Para equilibrar el pecho, en cada toma empiezo con el último pecho que le di en la toma anterior, ya que es del que menos ha mamado el niño y suele estar más hinchado.

No sabéis lo gratificante que es el primer día que está plácidamente dormido y se le pasa la hora de la toma. Es toda una proeza. Pero ojo, no hay que dejarse llevar por la euforia del momento ya que el pediatra me dijo que no es aconsejable dejarlo más de cuatro horas sin comer, excepto si es por la noche, en ese caso podemos dejarlo dormir todo lo que quiera y, por supuesto, aprovechar nosotras para hacer lo mismo, que falta nos hace.

lunes, 8 de noviembre de 2010

El Chupete

Unos meses antes de que naciera mi bebé empecé a fijarme en todos los pequeñines que me cruzaba y raro era el que no veía agarrado a un chupete. Me despertó la curiosidad y leí unos cuantos artículos acerca de las ventajas e inconvenientes del uso de estos conocidos artilugios.

Entre los inconvenientes todos los expertos destacan que puede deformar el paladar del niño si lo usa hasta una edad tardía, sin embargo no parece ser concluyente e incluso hay quien dice que lo de que deforma el paladar es una tremenda estupidez. En mi modesta opinión creo que todos hemos usado chupete de bebés y no hemos sido incluidos en el gran libro de las sonrisas británicas, así que no será para tanto. El otro de los grandes inconvenientes que señalan los expertos viene cuando llega el momento de quitar al niño la dependencia del chupete. Parece ser un trauma para padres e hijos tener que pasar el síndrome de abstinencia hasta conseguir superar el mono.


De las ventajas se habla poco. Lo único que he oído es que sirve para relajar y entretener al niño y que resulta muy útil a la hora de enseñar a nuestro hijo a dormir sólo, si conseguimos que el bebé lo asocie con las horas del sueño.


Como toda madre te rindes a la tradición y con cierta ilusión le desinfectas un día un chupete para probar a ver qué hace el pequeñín con eso en la boca. Claro, que va a hacer el pequeñín, pues chupar. Y es entonces cuando descubres un gran y desconocido inconveniente del uso del chupete, un inconveniente del que no hablan los expertos, ni nos advierten nuestras madres: La esclavitud de ponérselo cada vez que se le cae. Puede parecer una tontería pero creedme, es muy serio. Hasta que el niño no aprende a cogerlo por sí solo, son los sufridos y destrozados padres los que se tienen que levantar cada vez que el pequeñín se mueve, bosteza o se queda adormilado, y se le cae. Es tal la desesperación que genera que en más de una ocasión te planteas sujetárselo con un esparadrapo.


En mi caso tengo la suerte de que mi niño no es muy aficionado al chupete, sólo lo usa para dormir durante el día, por las noches ni se acuerda. Pero ahí está su madre cada vez que llega la hora de una de sus infinitas siestecitas diarias, al pie del capazo, preparada para colocarle la chupi una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, hasta que uno de los dos cae rendido de sueño.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Lactancia I: Los primeros días

He decido abrir este blog con lo que para mí ha sido, por el momento, la experiencia más traumática de la maternidad. Desde que eres una mocosa que juega con sus muñecas conoces las infinitas penurias que tendrás que vivir antes de convertirte en una verdadera mamá. Que si vómitos, que si mareos, que si estrías, que si varices, que si hinchazón de piernas, que si retención de líquidos, que si calambres. Por no mencionar la culminación de todo esto, el temido parto con sus contracciones, su desgarre vaginal, sus puntos de sutura, su cuarentena. Sabes además que luego vendrán las noches sin dormir, las ojeras hasta la barbilla, los biberones, las papillas, los pañales, los canastos de ropa sucia diarios. Eres consciente de todo y a pesar de ello te lanzas a la piscina pensando que no será para tanto cuando aún no se ha extinguido la especie.

Lo que sí tienes claro desde el principio es que como quieres ser la mejor madre del mundo vas a dar el pecho a demanda a tu bebé. La lactancia materna es ese concepto idolatrado por todos los pediatras, matronas, ginecólogos y mamás del mundo. Si quieres que tu hijo crezca sano y fuerte, tienes que darle el pecho por lo menos hasta los 6 meses. Lo que nadie te dice nunca es lo complicado que resulta conseguir que un renacuajo de apenas tres kilos, con una boquita minúscula y la mayor parte del tiempo adormilado, se agarre a un pecho que es más grande que su cabeza y succione lo suficiente como para conseguir sacar alimento. Por si fuera poca la frustración que te invade cuando ves que no hay forma humana de conseguir que tu retoño mame, la enfermera de turno, con aires de madre amantísima, te espeta que o consigues que el niño coma o no te vendrá la leche, y te planta un biberón de ayuda para que el peque no se te muera de hambre.

Y ahí estás, que no te puedes sentar por los puntos (eso si has tenido suerte y no te ha tocado la lotería con la cesárea), con tu madre, tu abuela, tus tías, las enfermeras y toda mujer que se deje caer de visita, y que haya sido madre antes que tú, diciéndote lo qué tienes que hacer para conseguir amamantar a tu bebé: oriéntale bien la cabeza, ombligo con ombligo, despiértalo antes de darle el pecho para que no se duerma, siéntate más erguida, bebé mucha agua. Y mientras el niño llorando a moco tendido porque tiene hambre y encima no lo dejan descansar con tantas pruebas.

Luego te vas a casa. Con tu pequeño en brazos, asustada, sin haber conseguido que el niño aprenda a mamar, los pezones enrojecidos y con heridas y, por si no tenías suficiente, te sube la leche. Un día te levantas y tienes los pechos como dos balones de balonmano, más duros que una piedra, pesados y ardiendo. Buscas en internet y con lo primero que te encuentras es con un concepto del que no habías oído hablar antes: Mastitis. Resulta ser un círculo vicioso, el retoño no mama por lo que no vacía el pecho que se pone muy duro dificultando aún más a tu bebé que pueda agarrar el pezón, y todo esto deriva, en el peor de los casos, en una infección en los conductos mamarios. En mi caso tuve que mandar a mi marido de urgencia a la farmacia de guardia a por un sacaleches y unas pezoneras (utensilios de los que tampoco nadie te dice nada cuando te hablan de las maravillas de la lactancia). Mano de santo. Con el sacaleches pude volver a bajar los brazos sin topar con mi nuevo pecho y con las pezoneras conseguí que mi bebé pudiera agarrar el pezón y me cicatrizaran las heridas que me había provocado los primeros días.

Unas semanas después todo se había estabilizado. Mi niño, que ahora tiene un mes y tres semanas, mama perfectamente, se agarra sin problemas al pezón, sin ayuda de pezoneras y, lo mejor de todo, no veo las estrellas cuando le doy el pecho. Y resulta que cuando cuento mi caso a otras madres todas ellas han tenido problemas para amamantar a su bebé, con un sorprendente porcentaje de mujeres que no consiguieron superarlos y no pudieron dar el pecho. Qué curioso, y ninguna me dijo nada cuando estaba embarazada.

Existe un tabú alrededor de la lactancia que no llego a comprender. Resulta que hasta hay una liga de la lactancia, con grupos de madres que enseñan a otras cómo dar el pecho y superar todos los obstáculos que entraña amamantar a un recién nacido. Los beneficios son muchos y de sobra conocidos por todo pero de los inconvenientes nadie dice nada y pueden llegar a desmotivar a la más concienciada de las madres primerizas.