
Lo que sí tienes claro desde el principio es que como quieres ser la mejor madre del mundo vas a dar el pecho a demanda a tu bebé. La lactancia materna es ese concepto idolatrado por todos los pediatras, matronas, ginecólogos y mamás del mundo. Si quieres que tu hijo crezca sano y fuerte, tienes que darle el pecho por lo menos hasta los 6 meses. Lo que nadie te dice nunca es lo complicado que resulta conseguir que un renacuajo de apenas tres kilos, con una boquita minúscula y la mayor parte del tiempo adormilado, se agarre a un pecho que es más grande que su cabeza y succione lo suficiente como para conseguir sacar alimento. Por si fuera poca la frustración que te invade cuando ves que no hay forma humana de conseguir que tu retoño mame, la enfermera de turno, con aires de madre amantísima, te espeta que o consigues que el niño coma o no te vendrá la leche, y te planta un biberón de ayuda para que el peque no se te muera de hambre.
Y ahí estás, que no te puedes sentar por los puntos (eso si has tenido suerte y no te ha tocado la lotería con la cesárea), con tu madre, tu abuela, tus tías, las enfermeras y toda mujer que se deje caer de visita, y que haya sido madre antes que tú, diciéndote lo qué tienes que hacer para conseguir amamantar a tu bebé: oriéntale bien la cabeza, ombligo con ombligo, despiértalo antes de darle el pecho para que no se duerma, siéntate más erguida, bebé mucha agua. Y mientras el niño llorando a moco tendido porque tiene hambre y encima no lo dejan descansar con tantas pruebas.
Luego te vas a casa. Con tu pequeño en brazos, asustada, sin haber conseguido que el niño aprenda a mamar, los pezones enrojecidos y con heridas y, por si no tenías suficiente, te sube la leche. Un día te levantas y tienes los pechos como dos balones de balonmano, más duros que una piedra, pesados y ardiendo. Buscas en internet y con lo primero que te encuentras es con un concepto del que no habías oído hablar antes: Mastitis. Resulta ser un círculo vicioso, el retoño no mama por lo que no vacía el pecho que se pone muy duro dificultando aún más a tu bebé que pueda agarrar el pezón, y todo esto deriva, en el peor de los casos, en una infección en los conductos mamarios. En mi caso tuve que mandar a mi marido de urgencia a la farmacia de guardia a por un sacaleches y unas pezoneras (utensilios de los que tampoco nadie te dice nada cuando te hablan de las maravillas de la lactancia). Mano de santo. Con el sacaleches pude volver a bajar los brazos sin topar con mi nuevo pecho y con las pezoneras conseguí que mi bebé pudiera agarrar el pezón y me cicatrizaran las heridas que me había provocado los primeros días.
Unas semanas después todo se había estabilizado. Mi niño, que ahora tiene un mes y tres semanas, mama perfectamente, se agarra sin problemas al pezón, sin ayuda de pezoneras y, lo mejor de todo, no veo las estrellas cuando le doy el pecho. Y resulta que cuando cuento mi caso a otras madres todas ellas han tenido problemas para amamantar a su bebé, con un sorprendente porcentaje de mujeres que no consiguieron superarlos y no pudieron dar el pecho. Qué curioso, y ninguna me dijo nada cuando estaba embarazada.
Existe un tabú alrededor de la lactancia que no llego a comprender. Resulta que hasta hay una liga de la lactancia, con grupos de madres que enseñan a otras cómo dar el pecho y superar todos los obstáculos que entraña amamantar a un recién nacido. Los beneficios son muchos y de sobra conocidos por todo pero de los inconvenientes nadie dice nada y pueden llegar a desmotivar a la más concienciada de las madres primerizas.
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