
Por suerte en un par de días cogí bastante destreza secando y enroscando la gasa en la tripita. Lo peor fue la espera. Me desesperaba por momentos conforme pasaban los días y veía que él cordón no se le caía. Cuando en el Hospital me explicaron cómo debía realizar las curas me dijeron que se le caería en unos ocho o diez días. Pues mi pequeñajo tardó dieciocho en desprenderse de aquel colgajo.
Y claro, como no somos enfermeras, ni hemos curado cordones umbilicales antes, no tenemos ni idea de si lo estamos haciendo bien. A la semana, más o menos, la tripita se puso de un color amarillo verdoso, como enmohecido. Y otra vez a buscar en internet si aquello era normal. Incluso hice venir a casa a mi madre para que le echara un vistazo.
Por fin, la revisión de los quince días. La enfermera le revisó el cordón y me tranquilizó del todo cuando me dijo que lo tenía muy bien y que no pasaba nada porque no se le hubiera caído aún. Según parece dependiendo de lo gorda que sea la tripa tarda más o menos tiempo en soltarse. Mi bebé la tenía muy gruesa y por eso tardó tantos días.
Cuando ya parece que todo está a punto de acabar, y vas viendo como el cordón cada vez está sujeto por menos hilitos, te vuelven a temblar las manos. Leí en internet que no se debe forzar la caída del cordón tirando, aunque lo veamos prácticamente suelto, que hay que dejar que se desprenda por sí sólo. Así que otra vez a curarlo con un miedo atroz para no tirar sin querer en uno de los movimientos indiscriminados del bebé.
Y ya por fin una madrugada, mientras le cambiaba el pañal, se le cayó. Menuda alegría. Sé que es absurdo pero te sientes como si hubieras acabado un trabajo bien hecho. A punto estuve de despertar a mi marido para contarle la gran noticia. Desde ese momento el modo de ver a mi hijo cambió, es como si pasara de ser un recién nacido a ser un bebé. Supe que algún día recordaría aquellos primeros días con nostalgia y empecé a ser consciente de lo rápido que crecen.
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